Los estudiosos de la eficiencia energética pasan gran parte de su tiempo pensando cómo mejorar el desempeño de un edificio. Es conocido la imagen del “vaso pinchado”: por un lado se vuelca agua en el recipiente, mientras que la misma agua se escurre por los agujeros. En nuestro caso, el agua vertida es la energía, mientras que las “pinchaduras” son la mala aislación, los electrodomésticos y equipos ineficientes, o el uso inadecuado de los sistemas, por mencionar algunos casos.
En edificios de pequeña escala, estos temas se resuelven con adecuada aislación, equipos eficientes y capacitación periódica al usuario. Pero en edificios de un porte mayor, por ejemplo, superiores a los cinco mil metros cuadrados, la búsqueda de una mayor eficiencia se convierte en un imperativo, una suerte de “santo grial energético”.
Los estudiosos observaron que se perdía mucha energía en el intercambio de fluidos, esto es, a través del aire y del agua. Se requiere mucha energía para calefaccionar o enfriar aire, y por otro lado, el aire una vez utilizado se extrae del edificio, por razones de salubridad. Ese aire contiene una temperatura deseada, que costó mucho lograr, y que se pierde en la atmósfera. Otro tanto sucede con el agua caliente: se calienta agua que, en el caso de consumo humano, termina en desagües y la energía calórica se va, literalmente, por las cañerías.
Para paliar esto, se inventaron dispositivos llamados intercambiadores. En el caso del aire, es un conjunto de celdas (como panales de abejas) por donde transitas en unos canales el aire que ingresa, y por otros canales, el aire que sale. De esta manera, las corrientes no se mezclan, pero intercambian calor, logrando que el aire que ingrese al edificio sea más caliente o más frío dependiendo de la estación, y no se requiera tanta energía para tratarlo. Otra forma de lograr lo mismo es mediante unas ruedas ranuradas llamadas ruedas entálpicas, donde el principio es el mismo: lograr un intercambio sin que se mezclen los fluidos.
En el caso del agua caliente que circula por los desagües, basta con enrollar una serpentina alrededor de los desagües secundarios (duchas, lavatorios), y hacer circular un líquido intercambiador, por ejemplo, glicol, que transporte el calor de los efluentes desagotados hacia donde se requiera, sin mezclarse nunca las aguas.
Estas medidas son posibles en edificios con grandes consumos, cuyos sistemas tienden a ser más sofisticados y complejos. En estos casos, el resultado es benéfico y se logra un inteligente trueque de energía.
Es muy interesante pero siempre caemos en lo mismo, hasta que no duele al bolsillo no se toman acciones. Con los precios irrisorios de la electricidad y gas natural, económicamente no cierra la eficiencia energética.